Desde este palco preferencial en el teatro de la teoría, observo, maravillado, la majestuosa sinfonía de caos y destrucción que me ofrece un viejo y agonizante universo moribundo.
Trascurridos innumerables eones, habiendo construido a su paso el espacio y el tiempo, este universo, anterior al nuestro, se agota sucumbiendo a su destino, su inercia se detiene bruscamente e inicia el colapso de su propio ser.
Observo con insólita atención como, en una galaxia cercana, una estrella masiva agota su combustible atómico rompiendo el equilibrio de fuerzas que la sustentan, iniciando de esta manera el Apocalipsis. Toda la energía del astro se libera con un brillo tal que supera increíblemente al de todas las estrellas de la galaxia juntas.
Pasados esos instantes, cuando el estallido cegador se disipa, la fuerza de la gravedad impone su ley, y la masa del sol se comprime hasta quedar reducida al tamaño de un grano de arena. La fuerza de atracción gravitatoria es tan brutal que ni los fotones, corpúsculos luminosos, consiguen liberarse de su atracción, quedando atrapados en un torbellino demencial.
Desde fuera, sentado en mi butaca de privilegio, contemplo, extasiado, la gula infinita del agujero negro en el que se ha convertido la estrella moribunda. Planetas, cometas, meteoritos, soles, galaxias enteras son absorbidas, fagocitadas sin piedad en un festín inmisericorde.
Galaxias efímeras se empujan mezclándose y estallando hasta consumirse mutuamente, para acabar cayendo al pozo sin fin del creador. La fuerza primigenia que dio vida al universo ha decidido regenerarlo y empezar de nuevo.
Un universo entero se ha colapsado convirtiéndose a su vez en contenido y contenedor.
No hay materia, ni forma, ni cuerpo, no hay luz ni oscuridad, no existe el espacio ni el tiempo. Solo habita el ser, el alma, la energía pura.
Las palabras no pueden describir lo que la mente no puede concebir, en realidad no debería existir, pero extrañamente es, fue y será.
Todos los átomos, del antiguo universo, se han descompuesto en la materia prima que los construye y ésta se ha mezclado conformando una sopa regeneradora que se auto alimenta preparándose para dar a luz un nuevo y maravilloso universo.
Una ligera pausa, una leve exhalación y se produce un estallido de energía como nunca antes se había visto ni se volverá a ver jamás, nace de esta manera un nuevo espacio, se inicia el tiempo, se construyen los átomos que formarán los ladrillos de un joven universo, que crecerá y creará con su polvo estelar nuevos soles y planetas que conformarán a su vez miles, quizás, millones de galaxias.
En una de esas galaxias, una estrella mediocre pero afortunada ha conseguido generar vida en uno de los planetas que la circundan, y durante miles de millones de años ha estado alimentando y calentando dicho planeta para que la vida se desarrolle, evolucione y se transforme en algo diferente de lo que es ahora.
Y mientras transitamos ese periodo evolutivo de la humanidad, donde las historias se crean y se destruyen a la velocidad de la luz, yo que he vivido y participado de la danza cósmica del anterior universo, formo parte ahora de este misterioso y extraño universo, viéndome sin quererlo avocado a tomar parte activa en una de sus fantásticas y terrenales historias.
Acurrucado al el calor del magma incandescente de esta estrella, saboreo mi existencia placida y monótona, pero mi letargo llega a su fin y la razón de mi existencia comienza a tomar forma. Noto como mi ser muta rápidamente ascendiendo desde las capas inferiores del astro, empujándome hacia la superficie, sabiendo que cuando se produzca la fusión saldré expedido a la velocidad de la luz, iniciando un viaje intergaláctico que me llevará, con un poco de suerte, hasta los más remotos confines del universo. Siempre que algo no se interponga en mi camino.
¡Dios! Echaba de menos esta sensación de libertad, hacia eones que no viajaba por el espacio, iluminándolo todo a mi paso, casi lo había olvidado. ¿Espero que me dure?, porque acabo de pasar cerca de dos planetas que han tratado de absorberme con su campo gravitatorio, suerte que eran relativamente pequeños, no como ese azul que se acerca, ¡mierda! Se me acabo lo bueno.
Lamentablemente la atracción es irresistible y no puedo liberarme, caigo sin remisión hacia el planeta, atravesando una tenue atmósfera que no consigue detener mi velocidad. De refilón contemplo las maravillas que alberga este inoportuno planeta. Puedo ver grandes extensiones de tierras de tonos ocres y marrones; inmensos océanos azules y cristalinos; grandes montañas, coronadas por nieves eternas, me reflejan. Y finalmente me precipito sobre una tupida y frondosa alfombra verde esmeralda, adentrándome, rebotando de rama en rama, de hoja en hoja, en un alocado caos, en lo que parece ser una espesa jungla vegetal.
Impacto directamente contra un metal, que se balancea seccionando ramas y arbustos a su paso, y salgo despedido hacia un organismo vivo que me absorbe, cortando de raíz mi idílico viaje hacia los confines del universo. Parte de mi ser se diluye en una cornea humana y el resto se refleja disperso y moribundo.
- ¡Maldición!- masculla entre dientes el extraño personaje, al quedar cegado momentáneamente por el reflejo en la espada, de los rayos de sol que se cuelan, imprudentes, entre las copas de los árboles de esta condenada selva.
El extraño personaje coge aire y descansa, mientras observa la milenaria espada, rescatada milagrosamente del naufragio, la cual utiliza para abrirse camino a través de la maleza, mientras se pregunta dónde le llevara esta nueva aventura.